GALA BENÉFICA 2015
»POR NUESTROS NIÑOS»
Cuando algo se hace muy grande en tu vida, siempre recuerdas sus primeros pasos. Sus primeras veces. Las dudas iniciales, las preguntas que te respondes antes de apostar, las primeras sensaciones.
El primer día que llegué a Afadeca, me encontré con dos personas que soñaban en voz alta. Recitaban una retahíla de locuras incoherentes a una velocidad que las hacía hasta indescifrables. Estaban preparando su gala solidaria anual inmersos en calentamientos de cabeza, en preparativos, en decorados, ¡luces, cámaras y acción!… Y, sin hacerme ni el más mínimo caso, iban llenando sacos y sacos de ilusión para dosificarlos a lo largo del resto de los días que restaban para el gran momento.
Aquella primera gala la viví como quien descubre un nuevo mundo. Como una niña que tiene toda una vida de descubrimientos por delante. La viví observando como esas dos personas conseguían ese sueño que les unía más allá de los aplausos y las felicitaciones. Y más allá, incluso, de sus propios objetivos.
Los sueños no se calculan ni se miden. Los sueños se sienten, se buscan y, si son de los buenos, se consiguen. Y algunos, aquellos que tienen esa magia contagiosa, se comparten.
En el tiempo en el que me han dejado compartirlos con ellos, he vivido muchas cosas. He escuchado miles de historias: todas ellas de amor. He conocido a personas maravillosas y me he impregnado de vida, porque alrededor del cáncer hay tanta vida… Hay vida en quienes dedican su tiempo a investigarlo, a curarlo, a tratarlo. Hay vida en quienes lo padecen con una sonrisa en la cara y un “estoy bien” cada mañana. Hay vida en quienes se unen con la fuerza imparable que tiene la solidaridad. Y hay vida, en quienes ponen toda su dedicación y cariño, desde la distancia y en silencio, para conseguir hacerles la vida a todos ellos un poquito más feliz.
Anoche, después de varios años, volví a sentarme como una niña a contemplar a esas dos personas. Cada una en un extremo de un auditorio lleno hasta la bandera y desbordante de energía. Y volví a sentir su sueño, nuestro sueño. Y a reconocer su ilusión en cada una de sus palabras. En cada uno de esos tantísimos días de esfuerzo, de trabajo y de vueltas a empezar, a sus espaldas.
Ayer, jueves 26 de noviembre de 2.015, cerca de dos mil personas asistimos a la Gala Solidaria “Por nuestros niños” en el Auditorio Víctor Villegas de Murcia. Durante casi tres horas, pudimos bailar con un incombustible y sabrosón Carlos Baute, un encantador Dasoul y un Nyno Vargas muy atrevido. Nos edulzamos con Eva Ruiz o Kiko y Shara. Nos emocionamos con David de María y nos pusimos en pie con la energía arrolladora de Second y Efecto Pasillo. Y nos hicimos gigantes con la inconmensurable Ruth Lorenzo, que nos llenó el alma con la autenticidad de su voz, con la fuerza de su música y con la inocencia de todos los niños que la arroparon en el escenario. Y allí, delante de un público totalmente entregado, su canción cobró más sentido que nunca rodeada de gigantes como Brígida, Lucía, Ángela o Ruth: nuestros galardonados al espíritu de superación de este año. Cuatro ejemplos de que en el cáncer hay tanta, tanta vida que pude llenar auditorios enteros.
Anoche, casi dos mil personas supieron que Afadeca ha conseguido cumplir todos los objetivos que se había propuesto para el 2015 y que para el próximo año tenemos en nuestras manos un proyecto tan bonito que solo imaginarlo eriza la piel.
Sin embargo, yo no vi eso anoche. Yo vi a Afadeca. Y Afadeca es mucho más que sus propios objetivos, mucho más que todas las actividades que lleva a cabo durante el año, mucho más que una gala emotiva y mucho más que horas y horas de trabajo en silencio. Afadeca es todas esas llamadas de personas que nos han pedido ayuda, que han encontrado en nosotros un alivio. Es cada una de esas veces que hemos abierto una ventana de luz cuando todo estaba oscuro. Es la emoción de todos esos chicos con Síndrome de Down que nos revolucionaron con su alegría durante toda la noche. Son todos los gigantes que pasan por nuestras vidas para hacernos grandes. Son los abrazos de los miles de niños a quienes les contamos que no tengan miedo ni al cáncer, ni a nada en este mundo porque, precisamente, el mundo es suyo. Son todas esas veces que nos dan las gracias cuando, en verdad, nosotros somos los afortunados.
Y son esos momentos de complicidad en los que te das cuenta de que lo que de verdad importa es sentir y dar amor, porque no hay nada más grande que el amor. El amor nos hace invencibles.
Afadeca son todas esas personas que tenemos un sueño. Un sueño de esos que no se calculan ni se miden. De los que se sienten, se buscan y se consiguen.